CPS desde el trullo: la curiosa iniciación de un Complex Problem Solver
De trouble-maker a problem solver
Andre Norman tenía una condena de 30 años por cumplir en una Prisión Federal de máxima seguridad de los Estados Unidos.
Estaba furioso con su suerte y no paraba de crear problemas entre los presos, entre el personal de la institución, y para los directivos.
Era inmanejable, violento y peligroso.
Y tras una pelea donde intentó matar a tres de sus compañeros, fue a parar al “hoyo”.
El llamado hoyo es una hilera de quince celdas subterráneas donde se intenta anular todo contacto del prisionero con el mundo exterior.
Alejado de todo, a oscuras, encerrado en un espacio tan reducido en el que apenas cabe una litera y un váter fétido.
La idea del castigo es quebrar la voluntad de los inadaptados.
Y a decir verdad, era bastante efectivo.
Lo normal era que se ordenase una estadía de unas pocas semanas.
El tiempo suficiente para hacer recapacitar al recluso díscolo sin que terminara de volverse loco.
Está ampliamente documentado que a los cuatro meses de aislamiento comienzan los ataques de ansiedad.
A los ocho, los reclusos gritan y halucinan, algunos pueden llegar a lastimarse a sí mismos.
Algunos acaban perdiendo la cabeza.
El alma se les quiebra como una rama, con un "snap" que los funcionarios de prisiones casi pueden oír desde el corredor.
Andre no estuvo aislado ni cuatro ni ocho meses.
Estuvo dos años y medio.
Los primeros cuatro meses, aún un novato en el hoyo, los resistió a fuerza de no dar el brazo a torcer, aunque poco a poco empezaba a convencerse de que volverse loco era una posibilidad tangible.
Además de la comida, lo único que entraba en la celda era una pila de viejos ejemplares del Boston Globe cada treinta días.
El valor utilitario del periódico estaba más que claro:
Limpiarte el culo o sonarte los mocos.
Andre pensó en una tercera opción.
Cogió el periódico entre sus manos e hizo algo que jamás habría hecho estando fuera:
Leyó la primera plana.
Ponía "Guerra en el Golfo Pérsico".
Buscó dentro de las páginas y con cierto esfuerzo fue leyendo la información.
Nunca antes había leído un periódico y se dio cuenta de que cada titular era un nuevo problema.
Estos problemas podían surgir en diferentes partes del mundo y aparentemente nadie sabía muy bien cómo resolverlos.
Andre pensó que podía intentar resolverlos él mismo, uno tras otro, como si fueran acertijos.
Leyó el primer reportaje prestando atención a todos los elementos y a todos los involucrados en el problema.
Después se paseó por su celda de 2x2 pensando en qué haría si fuera el presidente, luego un general del ejército, luego Saddam Hussein, luego un soldado raso de 20 años, luego un tendero de Bagdad, luego un bombero de Boston...
Andre hacía un esfuerzo por montarse una película de cada persona que aparecía mencionada, imaginando sus acentos y modismos, cambiando su postura corporal, gesticulando.
Pensar en el problema desde tantos ángulos distintos era como un juego, como ordenar las piezas de un puzle.
Otro de los puzles que lo mantuvo pensando durante días era el derrumbe en cámara lenta de los Celtics.
El equipo de baloncesto al parecer estaba atravesando altibajos deportivos muy pronunciados, pero también una crisis institucional.
Andre se pasaba horas en la cabeza de Larry Bird haciéndose preguntas con respuestas amargas.
Pero también saltaba a la cabeza del escolta de los Pacers, el adversario del momento, a la del entrenador, a la de los árbitros de mesa, a la de los nuevos chicos negros del banquillo...
Y de ahí a la de sus madres, a la de los dueños de la franquicia y a los racistas que hacían piquetes fuera del estadio en el arcén helado.
Tras haber repasado el mayor número de perspectivas posibles, se ponia a lanzar hipótesis y hacer todo tipo de experimentos mentales.
¿Por qué este tío no está en contacto con este otro de por aquí?
¿O por qué nadie le ha hablado a este grupo de personas de esta manera?
Moviendo las piezas en su cabeza podía encontrar soluciones que hasta a él mismo le provocaban sorpresa.
Cada mes recibía otra pila de periódicos viejos, un nuevo conjunto de problemas en los que ponerse a trabajar.
Su nueva actividad parecía estar dando resultados, porque al pasar el octavo mes Andre seguía siendo él mismo.
Durante el tiempo que estuvo aislado, vio pasar a decenas de compañeros suyos que no aguantaron.
Tuvo que aprender a ignorar los insultos, los aullidos de desesperación en medio de la noche, los golpes, los sollozos y las súplicas.
No podía resolver el problema de sus compañeros, al menos no todavía, pero podía intentar resolver el de estos grupos de extraños en todas partes del mundo.
Cuando al fin salió de aquella celda Andre estaba más flaco y más barbudo, pero tan entero como cuando entró.
Y había ganado una habilidad que ninguno de los funcionarios podría haber sospechado mientras le ponían las esposas y le empujaban a los bloques de arriba.
Ya no estaba cabreado porque ahora podía ver soluciones en todas partes, y aquello le daba una serenidad única, algo que nunca antes había experimentado.
El Andre que había entrado en el hoyo era un trouble-maker. El que salía, un problem solver.
Comparado con la celda de confinamiento, el régimen general ahora le parecía el Jockey Club: contaba con infinitas comodidades y recursos para seguir entrenando sus habilidades.
Pero Andre era un veterano del hoyo y los demás presidiarios querían verle en acción.
Esperaban que actuase como un salvaje y le animaban a hacerlo.
Él respondía a todos con una sonrisa tranquila:
"Me encantaría, pero ya no estoy aquí."
Desde entonces decidió aislarse, esta vez voluntariamente, para ver qué podía hacer con sus nuevos talentos en su propio mundo.
Andre Norman pasó los siguientes años de condena sacándose el GED, que es el equivalente a un bachillerato, con la aspiración de algún día ser admitido por la universidad de Harvard (era la única universidad que conocía de nombre porque de niño solía ir a patinar con sus colegas por las explanadas y escalinatas de la Escuela de Derecho).
Después de eso se preparó para apelar su caso, no solo estudiando leyes sino poniéndose en los zapatos del director de la prisión, los funcionarios y trabajadores sociales, los abogados y cada uno de los miembros de la corte de apelación.
Con las piezas desordenadas sobre su tablero mental, trataba de formar la imagen de su libertad condicional.
Así Andre se dedicó a resolver sus propios problemas primero, porque nadie más los iba a resolver por él.
Y una vez en la calle, se dedicó a resolver los conflictos entre jóvenes pandilleros, usando su habilidad para explorar el punto de vista de todos los involucrados, tratando de llevar un poco de paz a los barrios de su ciudad.
Más tarde hizo lo mismo con los barrios de otras ciudades, y cuando en 2014 estalló la revuelta en Ferguson, Missouri, después de que un gran jurado decidiera no presentar cargos contra un policía blanco que mató de doce disparos a un joven negro desarmado, fue Andre quien coordinó los esfuerzos para calmar las aguas y encauzar la ira y violencia de las personas hacia canales constructivos.
Finalmente, Harvard le abrió las puertas:
La Escuela de Derecho le otorgó una beca de investigación para, entre otras cosas, aprender de sus métodos de resolución de problemas sociales complejos.
Quién sabe.
Quizás pudiera salvarles el culo a ellos también.
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